Esta semana, una amiga nos explicaba que iba a darse un respiro de las redes sociales, al menos en su acceso desde el móvil. «Si decís algo importante por allí, decídmelo«. Y ella no lo sabía, pero esa frase iba a ser la gota que colmaba mi vaso.
Llevo ya algunas semanas pensando en hacer un paréntesis yo también de mi cuenta de Twitter, quizá también de Facebook (aunque ésta la uso mucho menos). Había notado, con inquietud, que lo que un día me llevó a esas redes (sobre todo, estar informada, conectada, conocer novedades sobre alguno de mis intereses y, a menudo, reírme de la actualidad) se había desfigurado. No me siento hoy más informada (al revés, me siento infoxicada), ni más conectada (sí más ausente, más desarraigada, más sola), ni más cerca de lo que me gusta. Y lo peor: me río ya muy poco.
Soy una persona pacífica. Diría que carente de odio. Nunca lo he sentido. Tengo una incapacidad total para moverme en esa escala de sentimientos tan extremos. Quizá porque tengo una tendencia a ver las cosas bonitas de la vida. Aunque el realismo a veces me abofetee, siempre consigo ver algo que me devuelve la esperanza. Suelen ser cosas minúsculas, pero me sirven. A veces, es un chiste malo de mi hermano y la risa de su novia de fondo. Otras, mi perra apretando su hocico contra mi pierna. La voz serena de mi madre. Un verso de un poema que podría haber escrito yo pero en realidad escribió alguien a quien ni siquiera conozco. La foto de mis abuelos mirándose con ternura. Ir a comer con mi mejor amigo. Un mensaje espontáneo y en cadena de mis amigas demostrándonos amor. Contemplar desde el bus un abrazo al otro lado de la ventana. Ver crecer una nueva flor en mi planta (¡La vida se impone!). Sentir el aire en la cara cuando voy en moto o en bici. Mi prima dándome un abrazo de oso (el necessito, Irene). Una conversación a miles de kilómetros para actualizarnos las vidas con un amigo exitoso. Una canción que me lleva a lo más alto. Apretar el botón «ok» para comprar un nuevo vuelo. Conseguir escribir estas palabras después de tantos días muda.
Podría seguir hasta el infinito, pero lo que quiero decir hoy es que el clima global (y no hablo de cambio climático, que me tiene preocupada y también en eso me siento sola) me está afectando y como no soy capaz de odiar y veo borrosas hasta las cosas bonitas, estos días me come la tristeza. No puedo pensar. La situación se me ha llevado por delante, me ha pillado poco preparada (¿cómo te preparas para esto?), me ha golpeado en la cara.
En el colegio, un avispado dijo que yo era «la justiciera morena». Porque cuando detectaba una injusticia, la combatía. Con la palabra, claro. Decidida y apasionada. Mi carácter ha sido siempre ése. Imagino que eso tuvo que ver con que luego me hiciera periodista. Me gustaba la idea de escuchar, contrastar e intentar derribar barreras. Pero hasta la profesión me ha dejado algo atrás. O yo a ella. No lo sé.
Tampoco sé si son los años o la vida, pero la realidad es que ahora mismo veo mucha más injusticia que justicia y me ha desbordado. Me cuesta ver claro. No entiendo la violencia, de ninguna manera. La veo injustificable. Sin peros. Hablo del domingo. Pero hablo del mundo. De Las Vegas. De Las Ramblas. De Myanmar. De Susqueda. Me supera. Me deja sin argumentos. Algo está muy roto.
Pero también me cuesta creer en qué nos hemos convertido todos (perdonad, pero nadie se libra, y yo soy sólo la primera de una larga lista): replicando mensajes en masa sin analizarlos, señalando con el dedo al diferente, acusándonos mutuamente, temiendo nuestras banderas sin ver que las portan personas, hablando entre suspicacias, amenazas, condicionales, apostando por el inmovilismo, haciendo guardia ante casernas, (de)construyendo una sociedad que vive únicamente de la rabia y se comunica sólo para reaccionar. Nunca para escuchar, nunca para aprender del otro. Nunca para pensar. Resulta que yo nunca he tenido fe en nada, así que ahora me he vuelto más descreída que nunca. Toda la vida he dudado. Y espero seguir haciéndolo. Pero se ve que ahora, simplemente, no está de moda. Vaya, que no encajo. Vaya, que molesto. A todos.
Con todo lo que está pasando, las redes sociales (grandes herramientas del bien y del mal, y últimamente nadie me negará que es más lo segundo) se me hacen una losa demasiado pesada como para cargarla sola. Creo que a esto que nos está pasando ahora han contribuido de una manera que no alcanzaremos a cuantificar. «Si decís algo importante por allí, decídmelo«, pedía mi amiga. Y yo pensé que por aquí nunca digo nada importante así que no entiendo por qué debo seguir en ellas, al menos así de enganchada. Quizá cuando vuelvan a aportarme algo… quizá si yo pudiera aportar algo. Pues bien, he decidido usarlas sólo para compartir cosas que valgan la pena. El veneno, fuera. No voy a leerlo, no voy a caer. No me va a hervir la sangre.
Voy a volver a los esenciales. Voy a escuchar música en vez de ruido. Leer literatura en vez de declaraciones cruzadas. Acariciar a mi perro. Respirar aire fresco (limpio, difícil). Aprender a hacer algo que mi abuela hacía bien. Buscar artículos que me hablen de otros mundos. Agarrarme al recuerdo de mi padre antes de que se me escape del todo. Abstraerme en la ficción. Mirar el techo. Quererme. Querer. Cuidar mi mente, porque en los últimos tiempos me consume la ansiedad. Si cayera ahora enferma, no me lo perdonaría.
No os niego que me gustaría que mucha gente leyera mis palabras y, al menos, reflexionara. Es más, no os niego tampoco que me encantaría que alguien leyera y actuara en consecuencia. Pero yo no soy quién para imponer nada a nadie. No es quien soy. Y si me convirtiera en eso, tampoco me lo perdonaría.
Y ahora ya podéis coger mis palabras y retorcerlas. No os culpo. Es a lo que estamos acostumbrados todos. Pero en un momento de lucidez he querido desmarcarme y convertir ese todos en yo. Y he decidido pararme a pensar quién soy porque creo que se me estaba olvidando. Antes de que sea demasiado tarde. Y sobre todo porque creo que la solución está en manos de cada uno de nosotros. Primero yo, para construir el todos adecuado.
«Si decís algo importante por allí, decídmelo«. Voy a pasarle este escrito. No sé si es importante. Pero me sale del corazón, me inunda los ojos y me quema en los dedos.
PD. El post va sin foto. Porque esta semana he reafirmado que lo que duele de verdad son las palabras. Y porque nada de esto se puede ilustrar.